Llevo un tiempo documentándome sobre cómo fue en realidad la ocupación nazi de Francia y me he encontrado con unas cuantas sorpresas, aunque en realidad debería decir que no lo son tanto, porque la naturaleza humana no cambia gran cosa en pocos años y la mayoría de las circunstancias que he ido leyendo o escuchando ya me las imaginaba: al final, la gente trata de sobrevivir, de vivir, de pasar el tiempo lo mejor que puede y de evitar los peligros lo más hábilmente que logra imaginar.
No voy a hablar, por tanto, de la desproporcionada cifra de colaboracionistas respecto a los cuatro gatos de la resistencia, de los treinta mil franceses que se presentaron para dos mil plazas en la Gestapo, ni de todo el montón de porquerías que se suele sacar a a colación en estos casos. Eso queda para otro momento u otro lugar, y siempre, si puedo, tratando de entender lo que somos los seres humanos.
Lo que quiero, sin embargo, es compartir el testimonio de María, una gaditana expatriada de España durante nuestra guerra civil y que acabó en Lyon por muy diversas vicisitudes. Y quiero compartirlo para que no juzguemos tan a la ligera ni pensemos que somos mucho mejor que nuestros abuelos o nuestros bisabuelos.
Os pongo en antecedentes.
Resulta que antes de la ocupación alemana, los judíos franceses vivían un poco por todas partes, como todo el mundo. No es que hubiese muchos, pero había unas cuantas decenas de miles. Hay quien dice que hasta doscientos mil, pero no me meto en semejante debate. Hasta ahí, todo normal.
Pero resulta que tras la sorpresiva ocupación alemana de Francia, los judíos, con buen criterio, pensaron que tras la rendición el censo caería en manos de los nazis, con lo que no era buena idea seguir residiendo en sus domicilios habituales, porque los pillarían como a ratones por el simple procedimiento de consultar el censo o los registros municipales. Todo normal también, dentro de las circunstancias del momento.
Así las cosas, muchos judíos cambiaron de domicilio, alquilaron otra casa, se fueron al campo, o cambiaron su residencia del algún modo. Pero les sirvió de poca cosa, porque sus vecinos los denunciaban constantemente o simplemente miraban para otro lado cuando los nazis iban a por ellos.
Y aquí es dónde entra María, la gaditana. Le pregunté yo si esto había sido así y me dijo que había de todo, como siempre, y que a veces los denunciaban los vecinos y a veces no, pero que casi nadie hacía nada por ellos. Yo me extrañé y debí hacer un gesto de desagrado, y María me dijo:
"Es muy fácil hablar. Pero suponga usted ahora que alguien invade España. Suponga que son gente sanguinaria a la que todo el mundo tiene miedo. ¿Cuántos españoles arriesgarían la vida para defender a los gitanos de su pueblo? Venga, sea sincero y dígame cuántos cree que lo harían. Porque aquí, el caso era parecido...
Esto fue en 2001.
Ni supe qué responderle ni he podido olvidarla.
¿Algún voluntario para responder su pregunta?
Pareces no saber gran cosa sobre la invasión de Francia por los nazis, el absoluto colaboracionismo del régimen títere de Vichy.
ResponderEliminar- Las autoridades francesas se afanaron más allá de lo imaginable a la hora de entregar en bandeja a "sus judíos", esto es un hecho indiscutible,hasta los nazis estaban sorprendidos por tanta diligencia.
http://es.wikipedia.org/wiki/Redada_del_Vel%C3%B3dromo_de_Invierno
La flota francesa tuvo que ser destruida por los británicos al negarse a unirse contra los nazis, tras la caida de Francia.
PD - Otra cosa es que a título personal el miedo sea libre !.