El miedo, la cajera y el maestro

Todo el mundo dice que tiene miedo. Y es normal.

Ante el regreso de la actividad, aumentan los riesgos. Y va a ser así durante bastante tiempo. Pero la pregunta importante cómo estamos gestionando los riesgos y cómo pensamos gestionar el miedo.

De momento, nos mantenemos en el viejo aserto de que el miedo es libre. De acuerdo. ¿Pero es también gratis? Por supuesto que no.

Una cajera de supermercado tiene que asumir los riesgos y tragarse el miedo. Lo mismo sucede con los policías y los servicios de emergencia. Lo mismo, pero en otro orden de magnitud, sucede con los sanitarios. Podemos seguir con los servicios de limpieza, los transportistas y un sin número de profesiones que han tenido que mantenerse al pie del cañón para que el país no haya colapsado.

Y si estos tienen que estar ahí, ¿por qué el resto tiene derecho a tener miedo y quedarse en su casa?

Me parece muy bien que los maestros tengan miedo, pero que acudan a su puesto de trabajo, atiendan a los niños, y tomen las medidas que tengan que tomar. Me parece estupendo que los funcionarios de Hacienda tengan miedo, pero deberían haber ayudado a la gente a hacer su declaración en la campaña de la renta. me parece sensacional que los funcionarios del ayuntamiento tengan miedo, pero los que tengan que atender al público, que lo atiendan, como lo hacen los demás. Me parece correcto que los funcionarios judiciales tengan miedo, pero no se puede detener la justicia porque este o aquel papel pueden no haber sido desinfectados.

Porque resulta, y todos lo sabemos, que mucha de esta gente tan cauta, prudente y temerosa está ahora en las playas, en las fiestas y en las aglomeraciones de verano, entrando en contacto diario con decenas de personas.

Porque resulta que muchos pensamos que se trata de escurrir el bulto y que, ante semejante plaga de escaqueo, no estaría de más ponerle un precio al miedo y dar la oportunidad a quienes lo tengan de pedir una excedencia y quedarse en casa, pero sin cobrar un salario que pagamos todos.

Y entonces veríamos cuántos, de verdad, prefieren ser prudentes. Cuántos, de verdad, tienen circunstancias personales que les impiden arriesgarse.

Porque, cuando es gratis, cuando lo pagamos a escote, el miedo pasa a ser rentable. Y entonces se convierte en plaga. Peor que el virus, incluso.