Pues no: los mercados no son Dios, como a veces parecen creer los liberales, no existen desde siempre, al menos en su tamaño e importancia actuales. Los mercados eran simples anécdotas por su importancia hasta que se hicieron dueños de todo, ¿pero cómo sucedió tal cosa?
El mundo agrario, con su estructura, gobernó las relaciones de los seres humanos durante milenios, creando instituciones, costumbres y civilizaciones para ello. Pero luego, a partir de mediados del siglo XVIII llegó la revolución industrial y ahí comenzó a cambiar todo. ¿Y cual es uno de los principales cambios, que casi nadie tiene en cuenta?
Las dos mitades de la vida humana que la civilización industrial separó fueron la producción y el consumo. Nada menos.
Estamos acostumbrados, por ejemplo, a pensar en nosotros mismos como productores o consumidores. Esto no fue siempre cierto. Hasta la revolución industrial, la gran mayoría de todos los alimentos, bienes y servicios producidos por la especie humana, eran consumidos por los propios productores, sus familias o una pequeña élite, que recogía los excedentes para su propio uso. No juzgamos si esto era bueno o no, pero está claro que era así.
En casi todas las sociedades agrícolas, la gran mayoría de las personas eran campesinos, que se agrupaban en pequeñas comunidades semiaisladas. Llevaban una vida de mera subsistencia, cultivando apenas lo suficiente para mantenerse ellos vivos y contentos a sus amos o señores. Como carecían de medios para almacenar alimentos durante mucho tiempo, de carreteras para transportar sus productos a mercados lejanos, y sabían además que cualquier aumento en sus rendimientos sería, probablemente, confiscado por el señor feudal, no tenían incentivos para mejorar la tecnología o incrementar la producción.
Existía el comercio, desde luego, pero era una cosa realmente marginal. Casi anecdótica.
Sabemos que un pequeño número de intrépidos mercaderes transportaban mercancías a lo largo de miles de kilómetros por medio de camellos, carretas o barcos. Sabemos que surgieron ciudades que dependían de los alimentos procedentes del campo, pero sabemos que lo común, lo cotidiano, era lo contrario.
Todo este comercio representaba sólo un elemento mínimo en la Historia, comparado con la extensión de la producción para el uso inmediato del campesino. Incluso en el siglo XVI, según Fernand Braudel "toda la región mediterránea —desde Francia y España, por un lado, hasta Turquía al otro— mantenía a una población de sesenta o setenta millones de personas, el 90% de las cuales vivía de los productos de la tierra, produciendo sólo una pequeña cantidad de mercancías para el comercio: El 60% o quizás el 70% de la producción total del Mediterráneo nunca entró en la economía de mercado.”
Y si esto ocurría en la región mediterránea, ¿qué debemos pensar de la Europa del Norte, por ejemplo, donde nadie sabe qué diablos comían hasta que la patata y el maíz llegaron de América? (sí se sabe, comían poco y mal, y eran cuatro gatos, pero permítaseme la licencia)
En el pasado, una parte enorme de la población producía para sí misma y una parte minúscula, para el mercado. Por tanto, para la mayoría de las personas, producción y consumo se fundían en una sola función sustentadora. Era tan completa esta unidad, que los griegos, los romanos y los europeos medievales no distinguían entre las dos ni existía siquiera una palabra para designar al consumidor.
Durante milenios, sólo una minúscula proporción de la gente dependía del mercado y la mayoría de la gente vivía en gran parte fuera de él.
Fue la sistemática aniquilación del hombre independiente lo que hizo triunfar al mercado. pero mucho más tarde. Mucho más tarde...
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