Las explicaciones simples no siempre son acertadas, pero siempre hay que tenerlas en cuenta. Así es como los rusos ven acercarse la frontera adversaria:
1938
1980
1990
2014
Y si después de haber visto cómo se reduce la flecha, no lo comprendemos, es que carecemos de entendimiento para lo simple. Quizás , el peor defecto...
Uno de los fenómenos más llamativos en la vida política de los últimos años es el apoyo, casi incondicional, que el líder ruso, Vladimir Putin, recibe de la izquierda política europea, y más concretamente de sus bases sociales. En cualquier foro de internet puede verse: los conservadores o liberales apoyan a la Uinón Europea, o a los EEUU, mientras los que se sienten más de izquierdas se posicionan frecuentemente cerca de las posturas de Putin en temas como Ucrania, la energía, o lo que en su momento surja. Y el caso es que, curiosamente, Putin es, de todos los líderes actuales, el que más rasgos políticos y personales comparte con los líderes fascistas de los años treinta. Personalismo, nacionalismo, mano dura, burlas a la democracia, arbitrariedades en lo judicial, permamente amenaza del uso de la violencia como modo de resolver conflictos... Lo tiene todo, y la extrema derecha suele estar entusiasmada con él, algo del todo normal. Pero el caso es que la izquierda progresista le sigue apoyando. ¿Por qué? El motivo más posible es el viejo forofismo, que al ser emocional y no racional es difícil de ser desarraigado. La izquierda apoya a Rusia por contraposición al imperialismo norteamericano, y considera a este país como el único que pude oponerse de manera efectiva a la hegemonía yanky. El hecho de que Rusia haya caído bajo el control de un régimen autocrático de derechas parece no importarle a nadie: son los rusos, los viejos soviéticos, los antiguos comunistas, los nuestros. El caso es idéntico al que se pudo y aún se puede observar con muchos neonazis, que apoyan las decisiones de Alemania porque es su origen histórico, aun a pesar de que Alemania sea hoy un país democrático y terriblemente cuidadosos en sus leyes con cualquier signo de militarismo o discriminación. Da igual. Esa es su casa y por eso la apoyan. A nivel psicológico, se trata de una simple incapacidad para entender que el mundo evoluciona, que los países y las sociedades avanzan y se mueven política y sociológicamente. Se trata de vagancia intelectual, de resistencia a abandonar el encasillamiento fácil y automático y de no tener que obligarse a reflexionar sobre quién es quién, hoy, ahora y en estas determinadas y precisas circunstancias. Siguiendo el hilo argumental, y para terminar con una sonrisa, sólo me queda por recomendar a toda esa gente que deje ya, de una buena vez, de reírle las gracias a la exnovia. Se acuesta con otro.
Llevo un tiempo documentándome sobre cómo fue en realidad la ocupación nazi de Francia y me he encontrado con unas cuantas sorpresas, aunque en realidad debería decir que no lo son tanto, porque la naturaleza humana no cambia gran cosa en pocos años y la mayoría de las circunstancias que he ido leyendo o escuchando ya me las imaginaba: al final, la gente trata de sobrevivir, de vivir, de pasar el tiempo lo mejor que puede y de evitar los peligros lo más hábilmente que logra imaginar. No voy a hablar, por tanto, de la desproporcionada cifra de colaboracionistas respecto a los cuatro gatos de la resistencia, de los treinta mil franceses que se presentaron para dos mil plazas en la Gestapo, ni de todo el montón de porquerías que se suele sacar a a colación en estos casos. Eso queda para otro momento u otro lugar, y siempre, si puedo, tratando de entender lo que somos los seres humanos. Lo que quiero, sin embargo, es compartir el testimonio de María, una gaditana expatriada de España durante nuestra guerra civil y que acabó en Lyon por muy diversas vicisitudes. Y quiero compartirlo para que no juzguemos tan a la ligera ni pensemos que somos mucho mejor que nuestros abuelos o nuestros bisabuelos. Os pongo en antecedentes. Resulta que antes de la ocupación alemana, los judíos franceses vivían un poco por todas partes, como todo el mundo. No es que hubiese muchos, pero había unas cuantas decenas de miles. Hay quien dice que hasta doscientos mil, pero no me meto en semejante debate. Hasta ahí, todo normal. Pero resulta que tras la sorpresiva ocupación alemana de Francia, los judíos, con buen criterio, pensaron que tras la rendición el censo caería en manos de los nazis, con lo que no era buena idea seguir residiendo en sus domicilios habituales, porque los pillarían como a ratones por el simple procedimiento de consultar el censo o los registros municipales. Todo normal también, dentro de las circunstancias del momento. Así las cosas, muchos judíos cambiaron de domicilio, alquilaron otra casa, se fueron al campo, o cambiaron su residencia del algún modo. Pero les sirvió de poca cosa, porque sus vecinos los denunciaban constantemente o simplemente miraban para otro lado cuando los nazis iban a por ellos. Y aquí es dónde entra María, la gaditana. Le pregunté yo si esto había sido así y me dijo que había de todo, como siempre, y que a veces los denunciaban los vecinos y a veces no, pero que casi nadie hacía nada por ellos. Yo me extrañé y debí hacer un gesto de desagrado, y María me dijo: "Es muy fácil hablar. Pero suponga usted ahora que alguien invade España. Suponga que son gente sanguinaria a la que todo el mundo tiene miedo. ¿Cuántos españoles arriesgarían la vida para defender a los gitanos de su pueblo? Venga, sea sincero y dígame cuántos cree que lo harían. Porque aquí, el caso era parecido... Esto fue en 2001. Ni supe qué responderle ni he podido olvidarla. ¿Algún voluntario para responder su pregunta?