Todos lo tenemos claro: la política de sanciones contra Rusia es un invento norteamericano para reforzar su posición al tiempo que se debilita la europea. Mientras los Estados Unidos sacan pecho económico y geopolítico con el sufrimiento financiero de Rusia, los europeos nos comemos la parte negativa de esas sanciones, complicando, por ejemplo, nuestro propio suministro energético.
No es de extrañar por tanto que esas sanciones se hayan aprobado en Europa con cuentagotas, a remolque, y bajo la amenaza norteamericana de perjudicar nuestro comercio exterior.
Y ahora,, justamente, aparece el nuevo Gobierno griego anunciando casi a bombo y platillo que no hará más sanciones contra Rusia, único valedor (de aquella manera) que le va quedando al ejecutivo de Tsipras.
A pesar de su gesto circunspecto, los dirigentes europeos con Merkl a la cabeza se han apresurado a presentar a Putin un plan de paz. ¿Y por qué? Porque no se puede desaprovechar esta ocasión de resolver el desaguisado con Rusia teniendo un bobo útil al que echarle la culpa de todo.
Ahora es Obama el que se encuentra con que sus sanciones no salen adelante, y no por la mala voluntad de Francia o Alemania, sino por ese país insignificante al que muy poco más se le puede ya presionar. Ahora es Obama el que va a tener que buscar la manera de convencer a los griegos de que levanten el veo, y puede que por ahí, y no por Europa, reciban un poco de aire fresco, o alguna mínima esperanza el gobierno de Syriza.
¿Veremos a los EEUU pidiendo al FMI que afloje un poco la mano?
Depende del interés norteamericano en el conflicto de Ucrania o en el desgaste de Rusia, pero que nadie lo descarte...
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