Hablar de una guerra cuando ya se ha producido puede ser
muy interesante, por los análisis que requiere sobre la situación de las
fuerzas, los apoyos y los suministros, pero en mi opinión es mucho más relevante,
y también más sensato, recorrer el mundo lupa en mano en busca de los lugares
donde pueden generarse conflictos.
La intención original debería ser intentar evitarlos, pero
como eso no está entre nuestras posibilidades, debemos conformarnos con
analizar sus causas de modo que comprendamos qué es lo que subyace en esta clase
de enfrentamientos. Con esto, quizás, exista alguna posibilidad de detenerlos antes
de que alcancen la masa crítica que conduce a la guerra y, si no es así, al
menos no tendremos que soportar la constante oleada de simplificaciones que los
atribuyen a hechos y mecanismos sociales que en realidad son consecuencias y nunca
causas.
Vamos a ver el caso.
La situación en
Yemen:
La república de Yemen es un país musulmán que ocupa parte
del sur de la península de Arabia. Lo rodean el mar rojo, el golfo de Adén y el
mar arábigo. Limita en tierra con Óman y Arabia saudita. Su capital es Saná.
Hasta aquí, lo que puede encontrarse en
cualquier enciclopedia.
Yemen es un país tradicionalmente pobre y dividido en
distintas etnias (especialmente los Hashid y los Bakil). El enfrentamiento
entre el partido único (Congreso General del Pueblo), y la rama Yemení de los Hermanos Musulmanes,
es constante. El Congreso General del Pueblo ha sido durante décadas el rostro
político de una dictadura laica mientras los Hermanos Musulmanes prefieren un
gobierno más islámico, pero no está claro todavía si más democrático.
Desde enero de 2011, y coincidiendo con la generalización y
extensión de las protestas en el mundo árabe, comenzaron los disturbios en
Yemen, centradas en derrocar a del poder a Ali Abdullah Saleh, que había
ocupado ininterrumpidamente el poder desde 1978. A pesar de que Saleh intentó
calmar a los manifestantes, finalmente las fuerzas armadas dispararon contra la
multitud en una céntrica plaza de Saná, matando al menos a 50 personas.
Aunque el Gobierno aseguró no tener nada que ver con estos
disparos, este baño de sangre fue el desencadenante de la caída de Saleh, y el
inicio de una etapa de inestabilidad donde han cobrado importante fuerza los
líderes tribales, convertidos poco a poco en señores de la guerra. Lentamente
se fueron fortaleciendo también diversos grupos armados islamistas de todo signo.
Existen muchas diferencias entre ellos, pero en Occidente suelen ser agrupados
bajo la denominación general de Al Aeda, sin entrar en mayores
distinciones.
La caída del dictador no ha ayudado en absoluto a mejorar
la situación de la población, ni en lo económico, ni en lo referente a paz
social y la seguridad de la población. Los ataques terroristas contra civiles
se suceden con cierta frecuencia y el país parece a punto de estallar.
La importancia geostratégica de la península de Arabia,
donde cualquier conato de revolución islamista podría extenderse a la vital
Arabia Saudita hace que los servicios de inteligencia de los países
occidentales trabajen prácticamente a destajo en territorio yemení intentando
buscar una estabilidad que no tienen ni idea de cómo alcanzar.
Causas:
Desde mi punto de vista, las causas de este conflicto hay
que buscarlas más allá de los temas políticos. En teoría, la política es
un intento de buscar soluciones a problemas previos y, en este caso, esa
definición describe perfectamente el orden de los acontecimientos.
-1- En primer lugar, sólo un 1% de la superficie total del
país es irrigable. Con esta geografía física, Yemen tiene que importar
actualmente el 95% de sus cereales y el 82% de todos los alimentos consumidos
en el país. Y lo que aún es peor: son datos abiertamente reconocidos por el
Gobierno yemení. O sea, se
trata de un problema alimentario.
¿Y cómo se ha llegado a esta situación? Veamos la gráfica
de la evolución demográfica, que es verdaderamente reveladora
Aunque la gráfica llega sólo a 2008, la cifra actual ronda
los 24 millones de habitantes. Tenemos, por tanto, un país que en 1980 contaba con
menos de 10 millones de habitantes y que hoy, treinta y pico años después,
duplica ampliamente esa cifra, sin que sus desiertos se hayan reducido y sin
que su territorio ni su riqueza haya aumentado. La demanda interna ha permitido
a la economía crecer a buen ritmo durante unas décadas, pero llegado el momento
del colapso financiero general, la base del país se ha demostrado demasiado
endeble para soportar una población semejante. Pues sí, otra vez el
problema del Lebensraum, pero de momento encapsulado en una sola nación,
sin traspasar fronteras.
-2- El 90% del total de exportaciones del país procede del
petróleo. De esta misma fuente petrolífera procede el 74% de todos los
impuestos recaudados por el gobierno, ya sea en forma de cánones a las
explotaciones petrolíferas o impuestos sobre el refino o el consumo.
Tenemos, por tanto, que la casi totalidad de los alimentos
que comen lo yemeníes se están pagando con petróleo, al igual que los gastos
del Gobierno, ya sea en seguridad, infraestructura o los escasos servicios que
presta.
Y
ahora, sabido esto, echemos un vistazo a la siguiente gráfica:
La producción de los pozos yemeníes declina rápidamente por
razones naturales y por falta de inversión en abrir nuevos yacimientos, mucho
más caros, y con crudo de inferior calidad. Al mismo tiempo, la economía
yemení, consume cada vez más petróleo, dejando menos barriles para la
exportación.
Lo que se puede exportar, obviamente, es la diferencia
entre la producción y el consumo interno. Y viendo la gráfica nos hacemos
claramente una idea de lo que está pasando con las finanzas del país: no pueden
seguir comprando alimentos, que se encarecen, y el Gobierno está prácticamente
en bancarrota, por la incapacidad de recaudar impuestos.
Así las cosas, y por estas CAUSAS, los grupos tribales,
únicos que pueden dar cierto soporte real a la población, recuperan su fuerza,
al tiempo que la debilidad financiera del Gobierno permite ocupar su lugar en
amplias zonas del territorio a toda clase de señores de la guerra y líderes
radicales.
Y no, no es ni su religión ni su carácter: es el común,
viejo, infatigable hecho humano de que cuando las cosas van mal, la gente se
radicaliza. Si por el momento se mantiene
la paz, una paz endeble, es sólo por el chorro de dinero que inyectan en el
país las monarquías del Golfo, temerosas de que las revueltas se extiendan.
Pero esto no puede durar mucho ni, de momento, se vislumbra una solución
pacífica.